“Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé a hacer celeste y blanca, conforme los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de V.E.”, notificó Manuel Belgrano al Triunvirato.
Fue el 27 de febrero de 1812. Belgrano estaba en Rosario y desde allí seguiría camino al Alto Perú, donde ardía la guerra. La novedad no les cayó bien a los del Triunvirato, le respondieron que “hiciera pasar el episodio como una muestra pasajera de entusiasmo y ocultara con disimulo la bandera, reemplazándola por la que se usaba en el fuerte de Buenos Aires”. Por las dudas no tuviera, le enviaron una, la española: se prefería seguir con la simulación conocida como “Máscara de Fernando”, pese a que había una guerra en curso.
Sin embargo, Belgrano ya había partido y no recibió el mensaje. El 25 de mayo, en San Salvador de Jujuy, volvió a desplegarla. Esta vez la reprimenda tuvo un tono conminatorio. “La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya memoria de ella…pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el Ejército, y como éste está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con lo que se les presente”, contestó Belgrano, atribulado por la recriminación.
Lo que ni él imaginaba era que el día de esa gran victoria estaba cerca. El 24 de septiembre, desoyendo órdenes superiores, presentó batalla en Tucumán y obtuvo esa “gran victoria”. Camino a Salta sacó la bandera que le habían prohibido usar y en la ribera del río Pasaje la hizo jurar por las tropas que volverían a triunfar el 20 de febrero de 1813. Ese día, el pabellón celeste y blanco flameó por primera vez en un campo de batalla. Esta vez no hubo retos: se le otorgó un premio que donó para levantar cuatro escuelas.
Después vinieron las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. La retirada fue desordenada, apenas hubo tiempo para esconder los pabellones en una modesta capillita de Macha. Esas banderas fueron halladas en 1883 y se comprobó que una de ellas era blanca, celeste y blanca, con las bandas invertidas. La otra, con las franjas como la conocemos, está exhibida en el Museo Histórico Nacional en Buenos Aires. ¿Cuál de ellas flameó a las orillas del Paraná? ¿O sería de dos franjas en lugar de tres, como sostienen algunos? No se sabe con certeza. En cuanto a los colores de la escarapela replicados en la bandera, serían los del tocado —túnica y manto— de la Virgen de la Inmaculada Concepción, patrona de la Casa de Borbón a la que pertenecía Fernando VII, quien aparece en los retratos de esa época luciendo la banda celeste y blanca sobre su pecho.
El uso oficial recién se aprobó el 20 de julio de 1816, mientras los demás símbolos eran de uso oficial: la escarapela aprobada por el Primer Triunvirato en 1812 y el escudo y el himno nacional por la Asamblea de 1813. Aquel día, el Congreso de Tucumán la oficializó a instancias del diputado del diputado Esteban Gascón quien pidió “que se autorizase por un decreto la bandera menor del país, azul y blanca, que actualmente se usa”, según consta en el Redactor del Congreso Nacional, órgano oficial del cuerpo. Cinco días después, se expidió el decreto redactado por el diputado altoperuano José Serrano, convalidando la decisión adoptada: «Elevadas las Provincias Unidas en Sudamérica al rango de una nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo exclusivamente en los ejércitos, buques y fortalezas”. El 25 de febrero de 1818 el mismo Congreso —que para entonces ya sesionaba en Buenos Aires— aprobó la «bandera mayor» o «de Guerra», con la inclusión del sol incaico en medio de la franja central.
El 8 de junio de 1938, la Ley 12.361 estableció que el 20 de junio, día del fallecimiento del general Manuel Belgrano, debía ser considerado feriado nacional en conmemoración del Día de la Bandera. Más tarde, el Decreto 10302/44, en lo atinente a la bandera ceremonial, estipuló que los colores celeste y blanco estarán distribuidos en tres fajas horizontales de igual tamaño, dos de ellas celeste y una blanca en el medio. Y que en el centro de la franja blanca se reproducirá el sol con sus treinta y dos rayos del color del amarillo del oro.
En 1985, la Ley 23.208 estableció como “bandera argentina única a la celeste y blanca con el sol en su centro” la que es izada mientras suenan los acordes de “Aurora”, la marcha “Mi bandera” y el “Saludo a la bandera”, piezas musicales estrenadas en tiempos del primer centenario y que los argentinos seguimos entonando hasta hoy para saludar la hermosa bandera que Belgrano nos legó.